miércoles, 25 de julio de 2012

Las pequeñas conversaciones

Me gustan las pequeñas conversaciones que sostengo con la gente que se cruza conmigo al caminar, rápidas y sencillas, fáciles como suspiros. Condenadas con la mortalidad de un pensamiento. Sólo un intercambio de palabras que vuelan juguetonas con las corrientes de viento que nos azotan en las calles. Escapan al ver la oportunidad, unas lo logran, triunfantes, que explotan como fuegos pirotécnicos que se apagan al finalizar su esplendor; otras no tienen la misma fortuna y mueren, fundiendo su agonía de ser frases reprimidas en el valle memorial donde las tumbas de ideas olvidadas, conversaciones inconclusas, temas vírgenes, y poemas jamás descubiertos se alzan en la lejanía de la comprensión humana. Se incendian, con la fricción de las silabas; se apagan con el soplo del silencio; se vuelven cenizas retumbando en la conciencia; luego vuelven a nacer gloriosos como un fenix con el canto de dos voces diferentes que se encuentran casualmente por coincidencias de la vida en una misma colonia, junto al mismo poste, entre dos filas de casas vecinas, con el ambiente insonoro de ruidos incidentales que obstruyen el canal del sonido, perfecto para la ocasión, cargando en brazos el delgado mensaje que se cierne en un abrir de los labios, que se pierde en el zangoloteo de la lengua, que enmudece con el cerrar de la boca. Una platica fugaz, incapaz de derrochar el tiempo. Un saludo con sabor a despedida. Congelando un instante, que se deshiela con el andar presuroso de los pies.Y cada uno de las victimas se pierde en su dimensión, separados por muros gigantescos donde se pinta el conteo de los días que faltan para morir. 

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