miércoles, 25 de julio de 2012

Las pequeñas conversaciones

Me gustan las pequeñas conversaciones que sostengo con la gente que se cruza conmigo al caminar, rápidas y sencillas, fáciles como suspiros. Condenadas con la mortalidad de un pensamiento. Sólo un intercambio de palabras que vuelan juguetonas con las corrientes de viento que nos azotan en las calles. Escapan al ver la oportunidad, unas lo logran, triunfantes, que explotan como fuegos pirotécnicos que se apagan al finalizar su esplendor; otras no tienen la misma fortuna y mueren, fundiendo su agonía de ser frases reprimidas en el valle memorial donde las tumbas de ideas olvidadas, conversaciones inconclusas, temas vírgenes, y poemas jamás descubiertos se alzan en la lejanía de la comprensión humana. Se incendian, con la fricción de las silabas; se apagan con el soplo del silencio; se vuelven cenizas retumbando en la conciencia; luego vuelven a nacer gloriosos como un fenix con el canto de dos voces diferentes que se encuentran casualmente por coincidencias de la vida en una misma colonia, junto al mismo poste, entre dos filas de casas vecinas, con el ambiente insonoro de ruidos incidentales que obstruyen el canal del sonido, perfecto para la ocasión, cargando en brazos el delgado mensaje que se cierne en un abrir de los labios, que se pierde en el zangoloteo de la lengua, que enmudece con el cerrar de la boca. Una platica fugaz, incapaz de derrochar el tiempo. Un saludo con sabor a despedida. Congelando un instante, que se deshiela con el andar presuroso de los pies.Y cada uno de las victimas se pierde en su dimensión, separados por muros gigantescos donde se pinta el conteo de los días que faltan para morir. 

domingo, 22 de julio de 2012

Un amor de verano

Acabo de soñar una película entera, desde ahora una de mis películas predilectas. Uno de los mejores sueños de mi vida, en él conocí al amor de mi vida, el joven más hermoso que jamás podré conocer. Todavía recuerdo su sonrisa, lo bien que me sentía a su lado, sus abrazos llenos de un placer revitalizador. Tan sólo recordarlo me brotan las lagrimas de felicidad, pero también tienen algo de tristeza, porque me he enamorado de un ser soñado. Pero es que para mí será real, porque lo que sentí cuando estaba junto a él no puede ser mentira. La aventura más grande que quisiera recordar por siempre. Todo empezó en un viaje al mar. Como si viviéramos lejos de las playas, como si no viviera en una isla. El hotel se alzaba a lo alto desde sus raíces enterradas en la arena. Parecía un enorme parque de diversiones. Mi madre conmigo, juntos acostados en una toalla tirada al suelo arenoso, cubiertos por la sombra de una sombrilla. Platicando de aquellos muchachos bien parecidos que cruzaban las orillas frente a nosotros, diciéndole que este tranquila, que la respeto como para andar con alguien sin su permiso. Las brisas lavaban los rayos luminosos que brindaban ese tono pastel a nuestra armonía. Nos íbamos, me dijo que fuera a buscar las cosas que habíamos dejado arriba, obediente fui en busca de ellas. En una parte alta del lugar, una familia tenía una disputa, me acerque, y al asechar por el barandal observe que se veía el mar chocando con el muro, y en el interior del agua un tentáculo brotaba. El tentáculo me quiso matar, pero esquive su manotazo mortal, la familia quiso guardar a su pulpo gigante, me marche. Como me había caído, alguien me ayudo. Ese alguien, ese joven, ese amor. Me acompañó a donde me hospedaba. En mi habitación donde nos encontrábamos sentados, juntos, si eres tan soñador como lo soy, comprenderás que ciertas partes de un sueño resultan borrosas al recordarlas como memorias reales, sin embargo la esencia sigue allí, indeleble. Marcada en mi corazón. Aquel muchacho de mi misma edad me sonría en señal que algo debimos decirnos, platicarlos, que nos volvimos dos seres comprendidos entre sí, amigos, más allá de eso. Y lo mejor que mientras platicábamos, hasta ese momento como amigos, sólo eso, no podía evitar tocarle el brazo, o abrazarlo sinceramente, fue en una de esas que mi madre entro con mi hermanito a la habitación, nos vio, vi su cara de madre triste, de cansancio, de un dolor casi evaporado con la experiencia, le dijo a mi hermano que se fuera a vestir a la otra sección del aposento. Se acercó a nosotros, con esa parsimonia de mensajero con una orden de la realeza, yo que aún seguía rígido por la sorpresa no me había soltado de él, prendido de su brazo como un koala de su rama. Mi madre se coloco enfrente de nosotros, nos dijo "si van a estar con sus cosas, disimulen un poco, ya no puedo entrometerme más" fueron unas palabras que para mi tuvieron el significado de que aceptaba que tuviera una relación, pero lo más gracioso, es que no eramos nada, sólo eramos recién conocidos, entrando a la fase de amistad. Mi madre se marchó. Fue como que si el permiso de mi madre nos diera nuevas fuerzas en nuestras caricias, me tiré encima de él como un cachorro de león, mi presa; sabía que la confusión era divertida, seguimos un rato más a los pies de mi cama, conversando. Siendo nosotros mismos. Enamorándome en secreto de su forma de ser. De su sonrisa perfecta para mis sentimientos. A la noche de ese día maravilloso, extraño tal vez, una fiesta iba a ser celebrada. Una celebración sólo para adultos. Muchos jóvenes buscaban la forma de esconderse desde temprano, para poder salir al irse el sol y quedarse a beber y bailar lo que se les plazca. En la tarde fui por mi mejor amigo, que nunca falta en mis mejores sueños, camine por las escaleras repleta de mujeres danzantes con turbantes en los rostros, seduciendo con las miradas, sus trajes árabes rozaban el aire con sus telas estramboticas colgantes. Llegue con mi amigo. Le dije de todo, como siempre lo hago, que conocí a un joven, y ese joven me conoció a mí. Mientras platicábamos nos dirigíamos a un escondite para asistir a la fiesta, otros dos personas de nuestra edad nos lo enseñaron, parecía una simple nevera de refrescos. Escuchamos que alguien se acercaba, primero entraron los dos desconocidos, dentro del refrigerador parecía no haber más espacio, los señores que venían se encontraban a nuestro lado, mientras que los que entraron el frigorífico subieron hacia un lugar donde no supe que era, desapareciendo, ocultándose. Los señores eran maestros nuestros, de ética, comiendo como cerdos, nos dijeron que nos metiéramos a nuestra habitación. Corrimos para buscar otro escondite, todo mundo corría con desesperación, unos por hambre, otros por lo mismo que nosotros, pasando por tiendas restauranteras de renombre. Quise verle, y como por arte de magia apareció en nuestro camino. También nos topamos con otros, decidimos escaparnos en espera de la noche, para regresar y divertirnos. Pero él se quedo en algún sitio lejos de mi. Caminamos, a la par que un desfile sobre la revolución francesa que cruzaba por esos rumbos, regresamos pero nos alejamos bastante. La noche nos cubrió con su encanto de señora elegante. Cada quien detenía a un conductor y pedía su vehículo que se les era concedido, yo estaba desesperado por un transporte que me prestaran, pero en mi desesperación no detenía a nadie, hasta que me interpuse en el camino de un motociclista, que al detenerse su motor reventó, caí en una depresion instanteanea, pero me dijo que no preocupara porque era una motocicleta alemana donde no había gas con que alimentarla pero si excelente ruedas, me dijo "toma una rueda, chico, ¡ tómala!" y la tome llendome en ella. Llegamos al hotel, y la salvaje fiesta había comenzado, con sus luces de neón invadiendo los rostros de los habitantes inmersos en alcohol, habia jóvenes por doquier, los adultos les valia, sólo festejaban. Busqué hasta encontrarlo, parecia esperarme para invitarme a bailar. Cedí a su deseo, y me movi como cubierto de petalos suaves que alegraban mi semblante. Bailamos enmarcados en un azul eléctrico. Bordeados de melodías llenas de orgasmos. Alguien nos grababa, capturando nuestras siluetas en una pantalla digital. Entre tanto ruido no distinguía sus palabras de él, "me gusta alguien más" me decía, y seguía bailando sin entenderlo, divirtiéndome, enamorandome más de su ser, disfrutando de todo antes de que acabase aquel verano. Antes de que despertase. Desperté recordándolo.

martes, 17 de julio de 2012

Otro país.

Llega la noche, el silencio entrecortándose con el ruido de las aspas de tu ventilador, que rebana el brillo del fulgurante foco. Entran en turno la luna y las estrellas, cambiando puestos con el sol. El reloj digital marcan que son las nueve en mi país, no sé que hora serán en algún otro. Ver la conversación inacabada, abandonada, con esa persona de otro mundo, otra dimensión. No saber si está despierta o dormida. Preguntarse si será real, si será mentira. Admirar esas letras, que por alguien debieron ser escritas. Mandar un mensaje, para después ser leído, ser contestado. Decir: Tengo un amigo, un conocido, de otro lado. Saber de su vida, de sus gustos, sus amores. Decirle los tuyos, tus anécdotas, tus errores. Conocer alguien de España, un país de película. Leer su nombre, escribir el mío. El una molécula, yo una partícula. Lejanas de tierras, de mares y horas. Cerca de redes, mundos virtuales. Discutiendo de cine, de obras musicales. De música, posiblemente de libros. Mientras el puede soñar, mis sentidos despiertos. Mientras mis ojos cerrados, los suyos abiertos. Es extraño tener una amistad lejana, es extraño creer que somos amigos. ¿Quién ha dicho tal cosa? Un argumento con veracidad dudosa.

domingo, 8 de julio de 2012

Cabeza pestilente.

El universo se encalló en la profundidad de mi cabeza. Mi cráneo funciona como contenedor de personas diminutas que creen tener una vida propia y real; con sentimientos en sus corazones; electricidad en sus huesos; oxigeno en sus pulmones. Donde viven las montañas lejanas que sirven de cortinas al llegar el atardecer, y procurar que la noche se haga lo más complaciente a los sueños mortales. Con aquellos murciélagos mutilados que caen a los abismos de mi sentimentalismo. La abertura de mi cabellera es la que derrama la cascada que baña los océanos de cabellos muertos en la vejez de la canocidad que mis ojos ciegos reflejan en el espejo roto que azoté con el látigo que lastimó a un pueblo entero perdido en la prehistoria de las memorias de mártires sin brazos; la estrella que cruza el cosmos entero en las rieles de hielo para llevar a esos gorilas fosilizados en tantos vagones luminosos que destellan en la lejanía de insectos humanos parloteando cincuenta nombres de bestias arremedadas en ocho países de mentira. El mundo se siente solo sentado en la inmensa negrura cuando las luces se apagan bajo el hechizo de la bruja maldita deseosa de almas encadenadas a un collar de perlas sin valor pero con un sabor que los dioses imaginarios se devoran la existencia con su hambre voraz. Todo dentro de mi cabeza.