viernes, 2 de noviembre de 2012

Día de los muertos.


Hoy me desperté con el alboroto de la preparación de los mucbipollos. Mi mama hacía la masa y el pollo, mientras mi papa le ayudaba con las hojas de plátano. Como ya había pasado un día de que pusieron el pan de muerto en el altar pues lo agarré y eso desayuné con un pote de chocolate. Todo lo que se pone en el altar parece perdurar por alguna inmunidad al tiempo, se puso el primer día, el 31, un vaso de leche y a la mañana siguiente estaba tan buena como si no hubiera pasado la noche entera fuera del refrigerador. Hasta las hormigas muestran respeto por la comida de las ánimas. Más tarde se hizo un pequeño rosario en el altar, cuando ya habían traído los mucbipollos de la horneada, y se rezó frente a las fotos de mi abuelo (que juro que tiene cierto parecido con Pedro Infante), una tía muerta, y un primo que fue quemado hace como dos años. No es muy grande el altar que pusimos, pero tiene lo suficiente para alimentar a nuestros muertos. Ya después como al mediodía fuimos al cementerio a visitar a mi abuelo, y arreglar un poco sus tumbas. La tía de la que hablo se encuentra en un nicho y mi abuelo en una de esas bóvedas. En el cementerio había otras personas visitando a su muertos, y más en la tarde se haría una misa. Colocamos unas cuantas flores y veladoras y les rezamos un poco. Espero que hayan encontrado el camino hacia su comida y que estén en paz, que es lo que al final se desea con todo esto: que encuentren la paz y la luz de las velas los guié en esa enorme oscuridad que ha de ser la muerte. Tal vez aquí hay mucho  de la discreta invasión halloweenesca, pero al final las costumbres no se pierden, y es que es sólo presentar tus respetos hacia esas pobres ánimas del purgatorio o lo que sea donde se encuentren. Y al final se debe de ver con alegría, quizá estén mejor que nosotros los vivos. 

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